EN ESTA PÁGINA VAN A ENCONTRAR INFORMACIÓN SOBRE LOS TALLERES DE ESCRITURA DE MARIANO FISZMAN Y TEXTOS ESCRITOS POR SUS PARTICIPANTES.

martes, 14 de diciembre de 2010

Alta producción 2010: Ismael Cuasnicú

*
SUPERMERCADO

Kang Soon hizo una reverencia que fue como la respuesta al saludo del gato dorado que incansablemente movía su brazo desde el estante. Eduardo Aisa, viejo cliente en ambos sentidos de anciano y habitué del supermercado pensó que cuándo aprenderían a hablar su idioma estos chinos roñosos. Hacía unos días la puerta había amanecido con una faja de clausura de la Municipalidad. Eduardo y María Aída Del Socorro Díaz Parga habían comentado al unísono que ya era hora de que los inspectores repararan en el penetrante olor a pis de gato que emanaba de las heladeras. Pero también habían sentido desazón al no poder comprar los sachets de leche que todas las mañanas se les pegaban a los dedos con la mezcla de yogurt y antiguas leches que formaban una pequeña laguna en la que flotaban los lácteos. Por fin El Amanecer abría sus puertas de nuevo. Las cámaras de seguridad, conectadas por un ramillete de cables que viajaban en espiral por el techo hacia los monitores de la caja, eran las extensiones de los ojos rasgados de Kang, que a su vez cubrían el largo viaje de la máquina registradora hasta las pantallas sin detenerse en los ojos del eventual cliente. Kanashiro Suguru, sobrino de Kang y de Toyoko Kamiyana, colocó con displicencia las leches en una bolsa plástica de la marca Karma y sonrío al par de viejos que tomados del brazo ya emprendían el cansado camino hacia la calle. Silvia Aguirre, la boliviana de las verduras, les ofreció al pasar unos tomates que parecían morrones y unos limones que parecían pomelos. María Aída sonrío. Le gustaba que le hablaran en castellano, aunque fuera una india que seguramente había cruzado selvas y pantanos para llegar a la ciudad en que la gente se vestía con ropa discreta y de buen ver. Eligió unas cebollas que no se parecían a nada y preguntó qué había pasado que los habían clausurado. Silvia habló en voz mas baja que de costumbre y les dijo que los gatos que mantenían a raya a los ratones se habían escapado y justo había caído una inspección en el instante en que una laucha inexperta caminaba por los cables del techo. ¡Qué asco!, dijo Del Socorro Díaz Parga. Si sabía eso no venía a comprar más. Y lo apretó más fuerte a su Eduardo para arrastrarlo afuera. Pero en ese momento, Kasumi Kano, quien fuera en la madre tierra la prometida de Kang, apareció en la puerta con un kimono floreado. Venía de una tierra o un tiempo en el que los supermercados y los gatos que saludan no existen. Un dragón rojo lanzaba fuego en su mejilla. Toyoko Kamiyana, la mujer de Kang, la vio llegar desde los arrozales; el sol, atrás, había quemado la figura de Kasumi y era su sombra la que avanzaba por las baldosas recién enceradas. Kang había comprado un arma desde que escuchó en el noticiero que la mafia china ajusticiaba a los que no querían pagar el diezmo. La tenía junto con el dinero. Su mano, tan ágil para moverse dentro de la máquina, buscó a tientas pero era tanta la plata que no alcanzó a encontrarla. Kasumi, sin que se escucharan sus pasos, llegó a su lado y con el sable que forjara su abuelo le cortó la mano. La sangre ensució el dinero y el piso y una mancha en crecimiento se reunió alrededor de los pies de Kasumi, como reclamando algo o por volver a su legítima dueña. Por seguridad la máquina registradora cerró rápidamente el cajón y la mano cortada quedo guardada junto con los otros elementos de valor. Kang gritó como niña y se quedó mirando el monitor en donde se vio que Toyoko Kamiyana corría por los pasillos. Buscaba algo con que protegerse de Kasumi y a su paso tiraba todo la mercadería de las góndolas. En el sector de las heladeras Toyoko le hizo frente empuñando una pistola ticketeadora que, por un instante, provocó en su rival el miedo a lo desconocido. Pero un sable bien afilado en las manos de Kasumi era inevitable y la cabeza de Toyoko fue a parar a la laguna de leche y yogurt que hasta muchos días después habría de conservarla con su mueca de asombro. Del Socorro Díaz Parga, aprovechando las distracciones, se fue sin pagar las cebollas.
**********************************************************

EL FREAK

Ahora tengo dos muñones por piernas y me arrastro en la arena apoyado en dos brazos sobre los que se columpia el despojo que soy. Soy el freak de la playa, el engendro que se mira de reojo y se señala con el dedo. Sin embargo mi cara es hermosa, mis músculos brillan al sol, con un esfuerzo de la imaginación podría pasar por un hombre enterrado en la arena. Un año atrás me hubieran seguido las chicas con la mirada, alguna se hubiera animado a decirme algo, a chiflarme. Era el esbelto, el bien plantado, en las vacaciones me gustaba salir a correr a la mañana, cuando aún los pescadores se sentaban en sus sillitas a mirar el mar. De una corrida me metía al agua y nadaba como un delfín. Un día conseguí trabajo como guardavidas y me vine a vivir aquí. Todas las veces llegaba con mi bolsito y me subía en la silla a otear el horizonte.
Esa tarde el mar estaba encrespado y las aletas se confundían en la espuma. Alcancé a ver una pequeña mano que me saludaba desde arriba de una ola. En ese momento, para cualquiera que no estuviera entrenado, aquel signo hubiera pasado por el reflejo del sol ondeando en el agua. Me lancé al rescate. A medida que avanzaba los gritos eran más fuertes. De pronto una aureola de sangre me encerró y en el centro descubrí los dientes que me dejaron sin mitad. La mano que me había llamado era solo una mano flotando a la deriva. Mientras tanto, allá en la playa, una multitud esperaba lista para aplaudir al héroe. Llegué flotando como una balsa rota. El sábado siguiente, en la fiesta que siempre se hacía, me pusieron al lado del fuego y todos se sentaron en ronda a cantar. No recuerdo quién me llevó a su casa y me puso en su cama y me besó. Meses después, y luego de miles de flexiones de brazo, pude volver a andar por mi cuenta. Anoche soñé que corría de nuevo, que la gente me miraba de otro modo. Hoy me desperté tarde. Acostumbro subir al médano más alto y ahí me quedo, inmóvil, como un árbol sin raíces. La arena me va llevando de a poco hacia el interior.

*

No hay comentarios: